Category: Cosas que pasan



Mirando la piel de cerca en el pequeño espejo, aparecían manchas bronceadas. Formaban una estrecha red, como en los retratos compuestos por miles de pequeñas fotos. Mientras esperaba con las manos enfundadas en el abrigo verde -que le arropaba perfectamente las espaldas, pero demasiado largo para sus brazos- pensó que quizás era hora de ponerse a régimen. Los pasajeros que salían del metro apresurados intentaban no pisar el gato blanco de ojos diabólicos que se balanceaba bajo el peso de las pilas. Él le habría dado un abrazo vacío al llegar. Lo sabía. Y lo tuvo aún más claro cuando escuchó dos amigas pasear a su lado hablando en inglés en voz alta, como si no les importara que les escucharan. Habían quedado para sus cuentas pendientes con Madrid o para retrasar su llegada a casa. Se lió un cigarro y apuntó en la libreta: «Escribir de mi en tercera persona». Se secó los mocos rápidamente porque no quería que él le viera así. No después de tanto tiempo. El abrazo y el vacío tardaban.


La única manera para que los dos nos quedáramos sin monedas era seguir apostando. Pero no lo hicimos.

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Lo vi todo. Nadie confiaba en mis capacidades de observador rítmico, de custodio de la verdad, juez en tierra del bien y del mal, narrador omniscio de esta sórdida historia. Puedo afirmar con orgullo que es gracias a mi -y, repito, SOLO a mi- que se ha destapado todo el entramado. Horas en alerta. Vigilante y celante servidor de esta casa, incluso cuando la señora de la limpieza y los nietos me miraban con menosprecio. Cuando le pillé con mi cámara oculta, nadie fue capaz de aguantarme la mirada. Os lo había dicho. Y ahora aquí estoy… sin pilas, las agujas congeladas en las 17.42. Me cubro de polvo en la estantería de la cocina, como cualquier otro vulgar despertador.

***

Ay, hijos… Lo que tuve que aguantar! Pasé mucho miedo… Aunque ahora todo se ha acabado -alabadoseaelseñor- aún tengo pesadillas por la noche. Me despierto de repente, el camisón empapado de sudor y me tiemblan las piernas. Entonces me levanto, pongo la olla con las judías y rezo mi rosario. Mi hijo, el cura, me trajo uno bonito de su peregrinaje a Lurdes. Puedes poner la voz grabada del papa y rezar con él. Juan Pablo II, claro, que era más simpático. Solo así se me curan los espantos ahora que el otro está en la cárcel. Quien me lo iba a decir… Cuando bebía agua me daba cuenta de que sabía un poco raro, pero nunca hubiese imaginado que podía ser eso… Eso con el nombre difícil. Soy buena gente, no le hago daño a nadie. No sé porque estaba enfadado conmigo. Cada vez que le pedía que se sentara a mi lado a escuchar Radio María no me hacía ni caso. No me ayudada con los pasteles para la iglesia. Pasaba del bus que estaba organizando para ir a Medjugorie. Me casé con él hace 53 años y así me recompensa, con las gotas. Cuando le conocí, tenía 16 años y trabajaba en la fábrica textil del pueblo de al lado. Ay señor. Dios nos bendijo con dos varones. Uno se metió a cura, el otro está casado y tiene dos hijos. Todo me iba bien… pero un día, cortando la cebolla mientras escuchaba el programa de recetas de Sor Benedicta, el cuchillo me resbaló un poco y me lastimé un dedo. Abrí el botiquín de los medicamentos y ¿Qué vi? Ay señor, señor… un frasco amarillo sin nombre. Estaba lleno de un líquido que no tenía olor. «Le voy a preguntar», pensé, pero entre catequesis y ganchillo se me olvidó. Igual me había dicho algo de eso mientras escuchaba la misa por la radio. Mira que le dije que no me hablara mientras rezaba. Nada. La idea de comprar un despertador con cámara en realidad le vino a mi sobrino. Mis hijos pensaban que se me había ido un poco la pinza.

[To be continued]