Me había descalzado de mi vida para hundirme en tus carnes. Fue casi instintivo el movimiento con el que deslicé el libro debajo del abrigo para no compartir la intimidad de la lectura. Desde que nos habíamos convertido en desconocidos era lo único que nos quedaba. Con los brazos en cruz para contener el apetito y la ira del mundo. La banda sonora de ninguna historia, entrañable, como una tienda de alquiler de vídeo. Muslos inmensos, perdidos. Rodillas contra la pared. Te ofrecí un ramo de venas. Y la piel y los huesos y omóplatos renegados, casi alados.